jueves, 26 de junio de 2014

Tres eran tres (ensayo biográfico)

Nací después que César Vallejo y Dios ya estaba definitivamente muerto. No había sido Nietzsche. Se había suicidado leyendo a Cioran, aunque otros opinaban que quien había matado a Dios había sido un best seller que en su lanzamiento se le había clavado en el medio del triángulo, eso le pasó por ser tan poco equilátero.
Así que, cuando nací, Dios Padre ya criaba malvas, pero por ahí andaba el loco de su hijo transformando el agua en vino y luego diciendo aquello de que era su sangre, que bien se podía creer, y una noche probé, porque los obispos decían que el sexo oral estaba muy bien con Jesús, y quién lo va a saber mejor que ellos, y es verdad, era un verdadero licor, que ni Baudelaire con su absenta, por eso se tiñó el pelo de verde.
Qué se podía esperar de nuestra generación, fue más bien una degeneración.
Nunca fui a poner flores en la tumba de Dios Padre. No, porque a pesar de todo no era una Supermujer, aunque sí un poco virgen y un poco madre.
El cielo estaba raro, con el hueco aquel del triángulo, y el licor de su hijo terminaba aburriendo. La vida era una gran resaca.
Entonces vino Internet, sin duda el Espíritu Santo.
Ahora, todos llevamos nuestra cagadita de paloma en la cabeza. 

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