miércoles, 8 de junio de 2016

UNAS PALABRAS DE FERNANDO SABIDO SOBRE MI LIBRO

“Historia de un jardín muerto y de un pájaro rojo”

Este es el primer libro en solitario de María José Vidal, nacida en El Ferrol, gallega y canaria de adopción, donde reside desde hace algunos años. Es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Santiago de Compostela y profesora de Lengua y Literatura españolas. Este es su primer libro en solitario, editado por Ediciones Vitruvio, al que preceden otras publicaciones colectivas, tanto poesía como relato. También ha publicado poemas en medios de comunicación como "El Correo Gallego" o "El País".


“He muerto en el viento, en cada flor que cae he muerto”.

La infancia de María José murió sin vida, sin vivirla, ¿y podemos llamar vida la que viven los pájaros rojos, que habitan nidos construidos con hilos de tinieblas, en jardines que han muerto?

Son tinieblas que habitan un alma todavía intacta, que teje muñecas de sombras en un futuro pretérito, que avanza hacia un exilio que no merecen las culpas ajenas.

Es la historia de un jardín muerto y de un pájaro rojo, un compendio de imágenes, imágenes oscuras de noches desveladas, en las que se le aparecen poetas suicidas que muestran la fotografía de un cuerpo plagado de heridas ulceradas, quizás de un padre firme en su autoritarismo convicto, verdugo ejecutor semejante a esa pléyade de seres iluminados que nos robaron los sueños a muchos de los niños y jóvenes de entonces.

Y vinieron más sombras que ocultaron los espejos en los pasillos de la soledad. Solo la luz artificial cada noche, y voces que decían eran de dios, de dioses imaginarios e inclementes que interpretaban obscenamente música de Vivaldi en los funerales de Leopoldo María Panero, los mismos dioses que llevaron una almohada de rosas rojas al velorio de Alejandra Pizarnik, para expiar su terrible pecado de divino homicidio.

Y había un hombre muerto, que anidó en las piedras muertas de las tardes muertas, hasta que las cuencas vacías de sus ojos le mostraron a Alfonsina Storni avanzando hacia el horizonte del mar de las esperanzas utópicas. Y no, no fue un sueño, María José, quizás tu historia poética empieza ahora, subida en la barca de Caronte, protagonista al fin de tu propia vida, hacia el infinito.

Fernando Sabido Sánchez




UNAS PALABRAS DE ALFONSO BREZMES SOBRE LA POESÍA DE MJ VIDAL

HISTORIA DE UN JARDÍN MUERTO Y DE UN PÁJARO ROJO
Alfonso Brezmes


I
Hay jardines vivos y hay jardines muertos: todos lo sabemos, todos los hemos visto alguna vez;  sólo hace falta salir a buscar jardines con ojo de jardinero y no de oficinista o de ciudadano ajetreado. Y los hay también lentos y veloces, como saben los poetas futuristas y Eloy Tizón. Igual que hay pájaros de todos los colores; pero pájaros rojos hay pocos, salvo en la jungla impenetrable, en los zoológicos y en los cuadros de Chagall.
Y sin embargo, ya lo véis, aquí tenemos, como por arte de magia, un jardín muerto y un pájaro rojo dentro de un libro negro y brillante que por dentro es blanco y mate, como lo es el recuerdo de los muertos en la memoria de los vivos.
II
MJ Vidal Prado, Emperatriz de los helados, como ella misma se autodenomina en su blog, es una lámpara temblorosa que arroja luz sobre un jardín embrujado, como si de una linterna mágica se tratase, que fuera proyectando sombras chinescas sobre el frágil tapiz del recuerdo. Yo la conozco a través de las redes sociales, ese océano en el que se encuentran los supervivientes de un naufragio e intercambian sus impresiones sobre lo sucedido a bordo del barco que se hundió, cuáles fueron las causas, por qué seguimos vivos, o por qué hablamos como si aún lo estuviéramos.
“He intentado ser sublime sin interrupción, pero he tenido momentos tan vulgares que dudo que Baudelaire me acepte en su paraíso.”

Así es MJV, una mezcla de ironía y sensibilidad puesta a rodar a doscientos kilómetros por hora. Combina en sus intervenciones públicas poesía y humor, en ese delicado equilibrio que tanto disgusta a los “Poetas Oficiales” que conforman el “Establishment” y dictan con su gesto de mohín o con su ignorancia de todo lo que no sea de su agrado, las normas de la “Buena Poesía”, a riesgo de acabar convirtiéndola en algo penoso e impostado.

Es una poeta rara MJV, en el sentido más favorable de la palabra rara, poeta con todas las letras, pues no escribe meras sensaciones, sino pensamiento y visión; es su poesía antes intuición que deslumbramiento, antes reflexión que pura emoción; pero en este libro ocupa una parte muy importante la visión, las visiones. Se trata de una poeta-niña que deambula con su cabeza en una mano y una palmatoria en la otra, una niña que ha leído todos los libros y que sabe cómo terminan todos los cuentos. Y por otro lado, “poeta rara” al menos en este libro, porque se decanta por el lado oscuro y menos comercial de la Poesía, para cruzar a Tierras de penumbra, como en el libro de C.S.Lewis, que no son del gusto de la Gran mayoría, rozando el malditismo de los elegidos.

LA HERENCIA DE MJ VIDAL
-MJVP Es una poeta con la que me unen muchas cosas, y una de ellas, yo diría que la esencial, es su importante bagaje de lecturas, que la convierten en una poeta “culta”, que no cultista ni ostentosa de esa cultura, como desgraciadamente algunos creen que es la buena poesía.
Lectora voraz de Rilke, T.S. Eliot, Pound y otros poetas mayores, como Cernuda o Dámaso Alonso en España, amante de Mark Strand -lo que es indicador de su buen gusto- resuenan en este poemario más que en otros poemas que le he leído por las redes sociales la voz desgarrada de ALEJANDRA PIZARNIK y el oscurantismo lúcido de LEOPOLDO MARÍA PANERO. Hay ecos de los Cantos de Maldoror, del Conde Lautréamont y del malditismo decadente de un Baudelaire o de Rimbaud: ahí es donde debemos buscar todo lo que no está pero se escucha como música de fondo en sus poemas.
Pero todo esto no es baladí, porque este libro se hace eco de esos autores que hablan ahora a través de MJV:
De qué lugar recóndito subían las palabras a mi boca.
Qué anónimos autores escondían mis vísceras.
-Pero claro, no bastaría con que me uniese el gusto por la lectura, y los gustos literarios comunes. Con ser ello bastante, otra de las cosas que me une, por afinidad, es que MJV es una poeta-inteligente, y digo que me une eso, no porque yo lo sea, inteligente, sino porque me gusta apreciar la inteligencia detrás de los textos de los demás, ser poeta e inteligente desgraciadamente no es una redundancia -ojalá que todos los poetas lo fueran- aunque tampoco es un oxímoron, no piensen que tengo una visión tan negativa de las gentes que nos dedicamos a este oficio de malescribir versos. Lo que quiero decir es que hay personas que utilizan no sólo sus sentimientos, muy loables, sino también la razón en su escribir. Para interrogarse sobre el mundo, para ofrecer explicaciones a este sinsentido y a esta locura maravillosa de vivir, para buscar alternativas a la rutina  y a la mediocridad. Se trata pues, ésta, de una mirada que cuestiona las cosas, que quiere ver su envés, que no se conforma con el derecho y la apariencia uniforme de las cosas. Esto se ve en este libro en todos esos fogonazos que va dejando diseminados por aquí y por allá, y se ve, aún más, en otros poemas szymborskianos con que a veces nos deleita en Facebook – y a mí en particular, como ella sabe, amante clandestino de la poeta polaca desde hace años, aunque digan que está muerta.
DE QUÉ NOS HABLA MJ en este libro de título cuasi murakamiano
De todas las imágenes que se nos han ofrecido del poeta, me quedo con una, la que ofrece Isidoro Blastein al decir que “un poeta es como un cartero que corre envuelto en llamas, alguien que corre envuelto en fuego con algo en la mano que tiene que entregar”.

Aquí, en este libro, y esto que voy a decir es importante, porque es lo que diferencia a mi juicio un buen libro de un mal libro de poesía, hay alguien aquí que tiene algo urgente que decir.
Yo leo este poemario en blanco y rojo y negro, con pequeños tonos aquí y allá de un verde-jardín, que son los de la sorpresa y la emoción contenida. Ya desde el título el rojo y el negro stendhalianos nos reciben: el negro de lo muerto, el rojo de la vida, pero también el rojo de la sangre, de la herida abierta que no deja de sangrar.
Y es que tiene este libro que ahora presentamos la trama de un sudario que no quiere terminarse, porque Penélope espera ver a su Ulises vivo y no muerto. Pero tiene también el tono y la gravedad de la elegía, de quien sabe que vivir es oficio pasajero, y que somos tal vez  los fantasmas de otros que nos precedieron o de otros que nos velarán cuando queramos regresar.
Ya desde su dedicatoria “A los que fuimos”, sabemos que se nos va a hablar de la memoria, más que del deseo.  Ya desde el “Prólogo”, se nos presenta teatralmente una escenografía que funciona como apertura de telón a lo que nos espera después: un viaje a lo inquietante, al misterio, a lo perdido, a lo que fue.
Todos somos muertos en vida, todos morimos un poco y renacemos cada día, todos dejamos atrás ilusiones, sueños rotos y cumplidos, juventud, lozanía, anhelo de eternidad, todos somos hijos de lo que perdimos tanto como de lo que ganamos.
Y es que los verdaderos protagonistas del libro no somos los vivos, sino los muertos, como en la película de Amenábar, los otros, que deambulan a su antojo por los corredores del recuerdo de MJV, la niña-pájaro, es en esta su caja de recuerdos, como zombies de un  mundo pretérito y futuro que se incardina en el terreno resbaladizo entre la memoria y el deseo. Y eso nos cuenta MJV, la vida de los otros, como una  espía enviada al otro lado del muro para que luego vuelva a contarnos lo que ha visto.
- Los personajes del poemario, como ella los llama en una de las partes del libro, son esenciales en el devenir de éste. Asistimos aquí a un baile de máscaras en el que los bailarines son fantasmas, un verdadero oficio de difuntos, una ceremonia espectral en un palacio encantado por el que pasean descabezados, niñas sin pies, enanos, ahogados, prisioneros, reyes destronados, una imaginería visual de tintes david-lyncheanos, si es que se permite esa expresión sólo apta para cinéfilos- en la que predomina un narrador plural omnisciente que a veces se confunde con el yo de MJ y otras con el de todos nosotros, sus lectores, a quienes nos involucra, al sentir el escalofrío. Y es que tiene este puñado de poemas esa sensación de una mano fría en la espalda. Esa sería una de las primeras características que yo veo aquí: la búsqueda del escalofrío.
Hay un poema precisamente que se llama así, EL NARRADOR:

“Había un hombre muerto
Cuya mano vivía.
Escribía la historia.” 
E historia se escribe con minúsculas: nuestra historia, la de cada uno de nosotros, lectores del libro.
- Y junto a los personajes, el paisaje por el que deambulan éstos: la puerta, el pozo, el patio... los corredores de un palacio, una casa en ruinas, caminos subterráneos. Elementos todos que nos remiten a la imaginería gótica del siglo XIX: Horace Walpol, el castilo d Otranto, Vathek, Drácul de Coppola.
- Otra de las características de este puñado de poemas, en fin, y no quiero ser demasiado prolijo en el análisis, es la sobriedad lingüística. Se trata este libro de un compendio de visiones, de huidizas instantáneas que se valen de una economía en las palabras admirable. Son poemas cortos, esenciales, diría yo, con animus necandi, o ánimo de entrar a matar en la suerte, sin regodearse en los juegos preliminares. Que saben que no hace falta decir mucho para dejar herido a los lectores.
-    Llegué tarde  a mi muerte.
-       Recuerdo ese final que llegará.

-         A veces cuasi haikus “somos musgo en las habitaciones del Norte”

Y sin embargo, hay una última parte del libro, la cuarta, El pájaro rojo, en la que parece asomar una tímida esperanza….

…………
¿Qué ha podido generar este libro, yo me pregunto? ¿Este descenso a las sentinas del mal y del miedo, este exorcismo del lenguaje en el que la escritora saca todos sus demonios? Y es una pregunta cuya respuesta sin embargo no quiero conocer, porque la poesía –como el arte en general- no debe ofrecer respuestas. A
lgo tan etéreo y frágil como la poesía debe ofrecer múltiples lecturas, a riesgo de convertirse en prosa. Y aquí se cumple a rajatabla: se trata éste de un poemario oscuro y difícil, en el sentido de que no hablamos de una poesía fácil para el lector que busca que le hablen de amor en el sentido sentimental del término ni de pajaritos en el sentido más frívolo del término. Haya aquí amor y pájaros, pero han pasado por la terrible experiencia de la vida y de la muerte: conocen el sabor del paraíso y del infierno, y vuelven de allí para contárnoslo.
Belleza marchita, digo yo, que otros han llamado “funebrismo fantasmagórico”.
Poemas que nos remiten a cosas que nos suenan: ¿por qué? Porque se basan en los cuentos y en las pesadillas de la infancia.

Se trata, a veces, de poemas terribles, como Los enanos juegan, de resonancias panerianas y ese magnífico texto del mejor Panero “Está en venta el jardín de los cerezos”.
Y siempre, siempre, para mí muy presente, Alejandra Pizarnik… “Alejandra, Alejandra. Y detrás estoy yo, Alejandra”
 “Lloro al besar los labios de mí misma,
de mí misma tan muerta, ya, tan fría”
Qué versos tan potentes, que se graban a cuchillo en nuestros corazones indefensos:
 “La historia la escribe un hombre muerto cuya mano aún repta.”
“Tengo las manos sucias/ de haber asesinado la alegría”.

Concluyo. Nada hay en todas estas “oscuras iluminaciones” que no sea exigencia estética, arte fiel de la palabra; nada que sea fácil acomodo o fingimiento estetizante o concesión al tópico de lo gratuito o tentativa de seducción.